domingo, 1 de mayo de 2011

Leyendas: El beso (Leyenda de Toledo)

         A principios del siglo XIX el ejército de Napoleón conquistó España. Un oficial francés llegó con su regimiento a Toledo y allí se dispuso a pasar la noche. Sin embargo, no pudo dormir...Enamorarse de una bella mujer no es ningún pecaso, pero todo tiene límite. Y así, tenemos una historia con un final sorprendente.


    [...] Después de los estrechos abrazos de costumbre y de las exclamaciones, plácemes y preguntas de rigor en estas entrevistas; después de hablar largo y tendido sobre las novedades que andaban por Madrid, la varia fortuna de la guerra y los amigotes muertos o ausentes, rodando de uno en otro asunto la conversación vino a para el tema obligado, esto es, las penalidades del servicio, la falta de distracciones de la ciudad y el inconveniente de los alojamientos.
     Al llegar a este punto, uno de los de la reunión que por lo visto, tenía noticia del mal talante con que el joven oficial se había resignado a acomodar su gente en la abandonada iglesia, le dijo con aire de zumba:
     Y a próposito del alojamiento, ¿qué tal se ha pasado la noche en el que ocupáis?
     Ha habido de todo, contestó el interpelado, pues si bien es verdad que no he dormido gran cosa, el origen de mi vigilia merece la pena de la velada. El insomnio junto a una mujer bonita no es seguramente el peor de los males.
     !Una mujer!, repitió su interlocutor, como admirándose de la buena fortuna del recién venido. Eso es lo que se llama llegar y besar el santo.
     Será tal vez algún antiguo amor de la corte que le sigue a Toledo para hacerle más soportable el ostracismo, añadió otro de los del grupo.
     !Oh, no!, dijo entonces el capitán, nada menos que eso. Juro, a fe de quien soy, que no la conocía y que nunca creí hallar tan bella patrona en tan incómodo alojamiento. Es todo lo que se llama una verdadera aventura.
     !Contadla! !contadla!, exclamaron en coro los oficiales que rodeaban al capitán, y como éste se dispusiera a hacerlo así, todos prestaron la mayor atención a sus palabras, mientras él comenzó la historia en estos términos.
     dormía esta noche pasada como duerme un hombre que trae en el cuerpo trece leguas de camino, cuando he aquí que en lo mejor del sueño me hizo despertar sobresaltado e incorporarme sobre el codo un estruendo horrible, un estruendo tal que me ensordeció un instante para dejarme después los oídos zumbando cerca de un minuto, como si un moscardón me cantase a la oreja.
     Como os habréis figurado, la causa de mi susto era el primer golpe que oía de esa endiablada campana gorda, especie de sochantre de bronce, que los canónigos de Toledo han colgado en su catedral con el laudable propósito de matar a disgustos a los necesitados de reposo.
     Renegando entre los dientes de la campana y del campanero que toca, disponíame, una vez apagado aquel insólito y temeroso rumor, a seguir nuevamente el hilo del interrumpido sueño, cuando vino a herir mi imaginación y a afrecerse ante mis ojos  una cosa extraordinaria. A la dudosa luz de la luna que entraba en el templo por el estrecho ajimez del muro de la capilla mayor, vi una mujer arrodillada junto al altar.
     Los oficiales se miraron entre sí con expresión entre asombrada e incrédula; el capitán, sin atender al efecto que su narración producía continuó de este modo:     no podéis figuraros nada semejante a aquella nocturna y fantástica visión que se dibujaba confusamente en la penunbra de la capilla, como esas virgenes pintadas en los vidrios de colores que habréis visto alguna vez destacarse a lo lejos, blancas y luminosas, sobre el oscuro fondo de las catedrales.
     Su rostro, ovalado, en donde se veía impreso el sello de una leve y espiritual demacración; sus armoniosas facciones llenas de una suave y melancólica dulzura; su intensa palidez, las purísimas lineas de su contorno esbelto, su ademán reposado y noble, su traje blanco y flotante, me traían a la memoría esas mujeres que yo soñaba cuando era casi un niño. !Castañas y celestes imágenes , quimérico objeto del vago amor de la adolescencia!. Yo me creía juguete de una adulación, y sin quitarle un punto los ojos ni aun osaba respirar, temiendo que un soplo desvaneciese el encanto. Ella permanecía inmóvil.
     Antojábaseme al verla tan diáfana y luminosa que no era una criatura terrenal, sino un espíritu que, revistiendo por un instante la forma humana, había descendido en el rayo de la luna, dejando en el aire y en por de si la azulada estela que desde el alto ajimez bajaba verticalmente hasta el pie del opuesto muro, rompiendose la oscura sombra de aquel recinto lóbrego y misterioso.
     Pero ..., exclamó interrumpiéndole su camarada de colegio, que comenzando por echar a broma la historia, había concluido interesándose con su relato ¿cómo estaba allí aquella mujer? ¿no le dijiste nada? ¿no te explicó su presencia en aquel sitio?
     No me determiné a hablarle, porque estaba seguro de que no había de constestarme, ni verme, ni oirme.
     ¿Era sorda?, ¿era ciega?, ¿era muda?, exclamaron a un tiempo tres o cuatro de los que escuchaban la relación.
     Lo era todo a la vez, exclamó al fin el capitán después de un momento de pausa, porque era ... de mármol.
     Al oir el estupendo desenlace de tan extraña aventura cuando había en el corro prorrumpieron a una ruidosa carcajada, mientras uno de ellos dijo al narrador de la peregrina historia, que  era el única que permanecía callado y en una grave actitud:
     !Acabáramos de una vez! loque es de ese género, tengo yo más de un millas, un verdadero serrallo, en San Juan de los Reyes; serrallo que desde ahora pongo a vuestra disposición, ya que a lo que parece, tanto os da de una mujer de carne como de piedra.
     !Oh no!, continuó el capitán, sin alterarse en lo más minimo por las carcajadas de sus compañeros: estoy seguro de que no pueden ser como la mia. La mía es una verdadera dama castellana que por un milagro de la escultura parece que no la han enterrado en un sepulcro, sino que aún permanece en cuerpo y alma de hinojos sobre la losa que la cubre, inmóvil, con las manos juntas en ademán suplicanter, sumergida en un extasis de mistico amor.
     De tal modo te explicas, que acabarás por  probarnos la verosimilitud de la fábula de Galatea.
     Por mi parte, puedo deciros que siempre la creí una locura, más desde anoche comienzo a comprender la pasión del escultor griego.
     Dadas las especiales condiciones de tu nueva dama, creo que no tendrás inconveniente en presentarnos a ella. De mi sé decir que ya no vivo hasta ver esa maravilla. Pero ... ¿qué diantre te pasa?... diriase que esquivas la presentación, !ja, ja! bonito fuera que ya te tuviéramos hasta celoso.
   Celoso, se apresuró a decir el capitán, celoso de los hombres, no ... mas ved, sin embargo, hasta dónde llega mi extravagancia. Junto a la imagen de esa mujer, también de mármol, grave y al parecer con vida como ella, hay un guerrero ..., su marido sin duda ... Pues bien lo voy a decir todo, aunque os moféis de mi necedad ... si no hubiera temido que me tratasen de loco, creo que ya lo habría hecho cien veces pedazos.
     Una nueva y aún más ruidosa carcajada de los oficiales saludó esta original revelación del estrambótico enamorado de la dama de piedra.
     Nada, nada, es preciso que la veamos, decían los unos.
     Si si, es preciso saber si el objeto corresponde a tan alta pasión, añadian los otros.
    ¿Cuándo nos reuniremos para echar un trago en la iglesias en que os alojáis? exclamaron los demás.
   Cuando mejor os parezca, esta misma noche si queréis, respondió el joven capitán, recobrando su habitual sonrisa, disipada un instante por quel relámpago de celos. A propósito, con los bagajes he traído hasta un par de docenas de botellas de champagne, verdadero champagne, restos de un regalo hecho a nuestro general de brigada, que, como sabéis es algo pariente.
  !Bravo, bravo!, exclamron los oficiales a una voz prorrumpiendo en alegres exclamaciones.
     !Se beberá vino del país!
     !Y cantaremos una canción de ronsard!
   Y hablaremos de mujeres, a propósito de la dama del anfitrión. Con que ... hasta la noche.
[...]

Fuente: BLASCO, Diego. SORIANO, Nuria. "El beso (leyenda de Toledo) p.15. In: Leyendas Gustavo Adolfo Bécquer, Madrid: Espasa, 2002.

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